Santiago de Liniers
La revolución de Mayo no contó en todos los casos con el apoyo inmediato del interior argentino.
Entre ellas Córdoba, gobernada entonces por el capitán de fragata Juan Gutiérrez de la Concha. En efecto, el 5 de junio, apenas un día después de haber recibido la noticia de lo sucedido en la capital del virreinato, el marino envió notas a los cabildos de su jurisdicción, y a algunos de la intendencia de Salta, exhortándolos a no reconocer a la Junta ni enviar diputados ante ella.
A fines de ese mes fue autorizado a defender la ciudad y puso en pie de guerra a mil hombres, armados con catorce cañones y seiscientas granadas, al mando del coronel Allende.
Santiago de Liniers, el héroe de la reconquista de Buenos Aires, que residía por ese entonces en la ciudad mediterránea, asumió el liderazgo de los realistas cordobeses.
Pero en Buenos Aires se previó la posibilidad de que se presentaran problemas de esa naturaleza, y el Cabildo ya había resuelto el envío al interior de una expedición auxiliadora de quinientos hombres, al mando del coronel Francisco Ortiz de Ocampo, que partió el 7 de julio con la misión de:
" hacerse obedecer en caso de que algún pueblo se oponga", según cuenta Beruti.
El 16 del mismo mes los jefes de la expedición recibieron en Luján sus últimas instrucciones: Concha, Liniers, Alende, el obispo Orellana y otras importantes figuras de la resistencia en Córdoba debían ser encarcelados.
Sin embargo, los planes del gobierno porteño iban más allá todavía:
"Reducida Córdoba y ejecutado en sus mandones un castigo ejemplar, temerán los demás jefes, y obrarán los pueblos sin la coacción y violencia que tienen" escribió Mariano Moreno.
El 28 de julio la Junta en pleno, a excepción del sacerdote Manuel Alberti, firmó la sentencia de muerte.
El 1° de agosto las tropas comandadas por Ortiz de Ocampo llegaron a las puertas de la capital provincial y se encontraron con la novedad de que los realistas habían huido. En un principio, el jefe de la expedición porteña decidió no perseguirlos, pero luego despachó tras ellos setenta y cinco hombres al mando de su segundo, Antonio González Balcarce. Entre San Pedro y Río Seco los perseguidos se enteraron de la caída de Córdoba en manos de Ortiz de Ocampo y para escapar al asedio a que eran sometidos por Balcarce, huyeron en distintas direcciones: Liniers, su ayudante y el canónigo Llanos marcharon hacia la sierra; el obispo Orellana y el canónigo Jiménez se refugiaron en la casa de un cura amigo que habitaba en la vecindad; Concha y los demás funcionarios, por último, tomaron el camino de postas.
En la noche del 6 al 7 de agosto fue aprehendido el primer fugitivo, Santiago de Liniers, que intentó suicidarse disparándose un tiro de escopeta en el pecho, pero una falla del arma evitó que lo consiguiera. Apenas unas horas tardaron en ser detenidos los otros jefes, y el mismo 7 de agosto Balcarce remitió un parte a su jefe anunciándole el resultado de su gestión. Ortis de Ocampo no tuvo tiempo de enviar a los reos a Buenos Aires; cuando se disponía a hacerlo recibió la orden de ejecución.
Pero a decisión de la Junta provocó serias resistencias en la provincia y el propia deán Funes- la única personalidad cordobesa que había apoyado a la revolución desde un primer momento- intercedió por la vida de los jefes realistas.
Ortiz de Ocampo cedió a las presiones envió un comunicado a los jefes porteños acerca del efecto negativo que causaría en la población mediterránea el ajusticiamiento de los prisioneros, pero la respuesta de Moreno fue tajante: "debía obedecer las órdenes recibidas", y agregaba en carta al auditor de guerra de la expedición,Feliciano Chiclana, que "prefería una derrota a la desobediencia de los jefes".
Para decidir al resto de los integrantes de la Junta, Moreno exhibió en plena Junta un pasquín arrojada en su propia casa que proclamaba: " Si no muere Liniers, ¡que viva!", significando que en caso de no ser ejecutado acabaría por entrar triunfante en Buenos Aires. Ante esa situación la Junta apoyó la decisión de Moreno y acordó el envío de Juan José Castelli para que se encargara de hacer cumplir la ejecución. Lo acompañaban Nicolás Rodriguez Peña y cincuenta hombres al mando de Domingo French.
El 25 de agosto, en Cruz Alta, la caravana se encontró con el contingente al mando de Balcarce que conducía los prisioneros a Buenos Aires. Al día siguiente, en un lugar llamado monte de los Papagayos, ubicado a tres o cuatro leguas de la posta Cabeza de Tigre, Castelli leyó la sentencia a los condenados, de la que se exceptuaba a Orellana por su condición episcopal.
Junto a Liniers, que rehusó la tradicional venda sobre los ojos, fueron fusilados Concha, Allende, Rodríguez y Moreno.
La Revolución cobraba sus primeras vidas.
Santiago de Liniers y Bremond (o Jacques Antoine Marie de Liniers-Brémond) (Niort, Francia, 25 de julio de 1753 – Cabeza de Tigre (en cercanías a Cruz Alta), Virreinato del Río de La Plata, 26 de agosto de 1810)
A fines de ese mes fue autorizado a defender la ciudad y puso en pie de guerra a mil hombres, armados con catorce cañones y seiscientas granadas, al mando del coronel Allende.
Santiago de Liniers, el héroe de la reconquista de Buenos Aires, que residía por ese entonces en la ciudad mediterránea, asumió el liderazgo de los realistas cordobeses.
Pero en Buenos Aires se previó la posibilidad de que se presentaran problemas de esa naturaleza, y el Cabildo ya había resuelto el envío al interior de una expedición auxiliadora de quinientos hombres, al mando del coronel Francisco Ortiz de Ocampo, que partió el 7 de julio con la misión de:
" hacerse obedecer en caso de que algún pueblo se oponga", según cuenta Beruti.
El 16 del mismo mes los jefes de la expedición recibieron en Luján sus últimas instrucciones: Concha, Liniers, Alende, el obispo Orellana y otras importantes figuras de la resistencia en Córdoba debían ser encarcelados.
Sin embargo, los planes del gobierno porteño iban más allá todavía:
"Reducida Córdoba y ejecutado en sus mandones un castigo ejemplar, temerán los demás jefes, y obrarán los pueblos sin la coacción y violencia que tienen" escribió Mariano Moreno.
El 28 de julio la Junta en pleno, a excepción del sacerdote Manuel Alberti, firmó la sentencia de muerte.
El 1° de agosto las tropas comandadas por Ortiz de Ocampo llegaron a las puertas de la capital provincial y se encontraron con la novedad de que los realistas habían huido. En un principio, el jefe de la expedición porteña decidió no perseguirlos, pero luego despachó tras ellos setenta y cinco hombres al mando de su segundo, Antonio González Balcarce. Entre San Pedro y Río Seco los perseguidos se enteraron de la caída de Córdoba en manos de Ortiz de Ocampo y para escapar al asedio a que eran sometidos por Balcarce, huyeron en distintas direcciones: Liniers, su ayudante y el canónigo Llanos marcharon hacia la sierra; el obispo Orellana y el canónigo Jiménez se refugiaron en la casa de un cura amigo que habitaba en la vecindad; Concha y los demás funcionarios, por último, tomaron el camino de postas.
En la noche del 6 al 7 de agosto fue aprehendido el primer fugitivo, Santiago de Liniers, que intentó suicidarse disparándose un tiro de escopeta en el pecho, pero una falla del arma evitó que lo consiguiera. Apenas unas horas tardaron en ser detenidos los otros jefes, y el mismo 7 de agosto Balcarce remitió un parte a su jefe anunciándole el resultado de su gestión. Ortis de Ocampo no tuvo tiempo de enviar a los reos a Buenos Aires; cuando se disponía a hacerlo recibió la orden de ejecución.
Pero a decisión de la Junta provocó serias resistencias en la provincia y el propia deán Funes- la única personalidad cordobesa que había apoyado a la revolución desde un primer momento- intercedió por la vida de los jefes realistas.
Ortiz de Ocampo cedió a las presiones envió un comunicado a los jefes porteños acerca del efecto negativo que causaría en la población mediterránea el ajusticiamiento de los prisioneros, pero la respuesta de Moreno fue tajante: "debía obedecer las órdenes recibidas", y agregaba en carta al auditor de guerra de la expedición,Feliciano Chiclana, que "prefería una derrota a la desobediencia de los jefes".
Para decidir al resto de los integrantes de la Junta, Moreno exhibió en plena Junta un pasquín arrojada en su propia casa que proclamaba: " Si no muere Liniers, ¡que viva!", significando que en caso de no ser ejecutado acabaría por entrar triunfante en Buenos Aires. Ante esa situación la Junta apoyó la decisión de Moreno y acordó el envío de Juan José Castelli para que se encargara de hacer cumplir la ejecución. Lo acompañaban Nicolás Rodriguez Peña y cincuenta hombres al mando de Domingo French.
El 25 de agosto, en Cruz Alta, la caravana se encontró con el contingente al mando de Balcarce que conducía los prisioneros a Buenos Aires. Al día siguiente, en un lugar llamado monte de los Papagayos, ubicado a tres o cuatro leguas de la posta Cabeza de Tigre, Castelli leyó la sentencia a los condenados, de la que se exceptuaba a Orellana por su condición episcopal.
Junto a Liniers, que rehusó la tradicional venda sobre los ojos, fueron fusilados Concha, Allende, Rodríguez y Moreno.
La Revolución cobraba sus primeras vidas.
Santiago de Liniers y Bremond (o Jacques Antoine Marie de Liniers-Brémond) (Niort, Francia, 25 de julio de 1753 – Cabeza de Tigre (en cercanías a Cruz Alta), Virreinato del Río de La Plata, 26 de agosto de 1810)